LOS CAUDILLOS DE LA RIOJA.
Juan Facundo Quiroga.
Nació en 1778, en San Antonio, departamento de Los Llanos, en la provincia de La Rioja. A los 16 años comenzó a conducir las arrias de su padre, el estanciero José Prudencio Ouiroga. Tras un breve paso como voluntario por el Regimiento de granaderos a caballo, en Buenos Aires, regresó en 1816 a La Rioja, donde colaboró activamente con el ejército del norte que luchaba contra los realistas, proveyéndolo de ganado y tropas. En 1818 recibió de Pueyrredón el título de "benemérito de la Patria" y a fines de ese año intervino destacadamente para sofocar un motín de prisioneros españoles en San Luis.
A partir de 1820, con el cargo de jefe de las milicias de Los llanos, se inició en La Rioja la preponderancia de Quiroga. Convertido en árbitro de la situación riojana, contribuyó a colocar en el gobierno provincial a Nicolás Dávila, quien en ausencia de Quiroga intentó apoderarse de la artillería y el parque de Los Llanos. El caudillo derrotó al Gobernador en el combate de El Puesto y aunque asumió la gobernación sólo por tres meses - 28 de marzo al 28 de Junio de 1823 - continuó siendo, en los hechos, la suprema autoridad riojana.
Quiroga brindó su apoyo entusiasta al Congreso de 1824 reunido en Buenos Aires, pero pronto se produjo su ruptura con los unitarios porteños. En esos momentos, el gobierno de La Rioja se asoció con un grupo de capitalistas nacionales encabezados por Braulio Costa, a quien se otorgó la concesión para explotar las minas de plata del cerro de Famatina. Facundo, como comandante del Departamento, fue también accionista de la compañía y, por el convenio, quedó encargado de asegurar la explotación, con cuyo producto se acuñaría moneda a través del Banco de Rescate y la Casa de Moneda de La Rioja. Sin embargo, la designación de Rivadavia como Presidente de la República, en 1826, alteró estos planes. El Presidente, que durante su permanencia en Inglaterra había promovido la formación de una compañía minera, nacionalizó la riqueza del subsuelo y también la moneda, prohibiendo la acuñación a toda institución que no fuera el Banco Nacional, por él creado. La reacción de Quiroga fue inmediata. Junto a los otros gobernadores que resistían la política centralista de Rivadavia que culminó con la sanción de la Constitución unitaria, se levantó en armas contra el presidente, enarbolando su famoso lema de Religión o Muerte. Su lucha contra los unitarios había comenzado, en realidad, en 1825, cuando Quiroga derrotó a La Madrid - usurpador del gobierno de Tucumán - en El Tala y Rincón de Valladares.
Caído Rivadavia, Quiroga apoyó la efímera gestión de Dorrego, cuyo fusilamiento volvió a encender la chispa de la guerra civil. Facundo se convirtió entonces en figura descollante del movimiento federal y, en el interior, enfrentó a las fuerzas unitarias del General Paz. El Tigre de Los Llanos, como lo llamaban amigos y adversarios, cayó derrotado en La Tablada y en Oncativo. En Buenos Aires, con la ayuda de Rosas, formó una nueva fuerza, llamada División de Los Andes, Al frente de ella ocupó San Luis y Mendoza, en Córdoba persiguió a La Madrid - el jefe de las fuerzas unitarias después de la captura de Paz - y, ya en tierra tucumana, lo derrotó completamente en La Ciudadela. En esos momentos su poder y su prestigio alcanzaban el punto más alto. Después de participar en la etapa preparatoria de la campana del desierto realizada por Rosas, permaneció con su familia en Buenos Aires durante un tiempo. En 1834, a pedido de Maza, gobernador de Buenos Aires, y del propio Rosas, medió en un conflicto entre Salta y Tucumán. En Santiago del Estero se enteró del asesinato de De La Torre, gobernador salteño. Cumplida su misión en el norte, Quiroga emprendió el regreso hacia Buenos Aires, desoyendo las advertencias sobre la posibilidad de que se lo intentara asesinar y rechazando el ofrecimiento de protección que le hizo Ibarra, el gobernador santiagueño. Su coraje lo condujo, una vez más, a enfrentarse con la muerte. Pero en esta oportunidad, el Tigre perdió la partida: en Barranca Yaco fue ultimado por un grupo de asesinos enviados por los hermanos Reynafé, a la sazón dueños del gobierno de Córdoba.
Ángel Vicente "Chacho" Peñaloza (1798-1863)
Vicente Osvaldo Cutolo
[De Nuevo Diccionario Biográfico Argentino 1750-1930]
En 1821, Ángel Peñaloza, apodado el Chacho, trabó amistad con el Comandante Juan Facundo Quiroga y luchó, bajo su mando, contra las fuerzas unitarias al mando de La Madrid y el General José María Paz. Quiroga acuerda con Juan Manuel de Rosas un plan para destruir a las fuerzas unitarias en el interior del país e inicia, junto con Peñaloza, una campaña que culmina con el dominio de Cuyo, La Rioja, San Luis, Mendoza, Catamarca y Tucumán.
Durante el gobierno de Paulino Orihuela, gobernador de La Rioja, el Chacho fue designado comandante militar y su prestigio era tan grande que en 1833 comandó la escolta de Quiroga. Era un típico caudillo de la provincia, un hombre de campo con todas las características que el poema de José Hernández atribuye al gaucho argentino.
Cuando se produjo el asesinato de su jefe y protector en Barranca Yaco, el 16 de febrero de 1835, quedó como sucesor indiscutido de su popularidad. En 1840 se pronunció contra Rosas porque creyó que éste había sido uno de los instigadores del asesinato de Quiroga. A las órdenes de Lavalle, el Chacho sublevó los Llanos e inició una guerra de guerrillas contra el fraile Aldao que había ocupado La Rioja. El deseo por tomar su provincia natal para el bando unitario lo llevó a varios enfrentamientos con los diferentes gobernadores de La Rioja. Finalmente fue derrotado por el ejército del gobernador federal de San Juan. Se exilió un año en Chile y en 1844, volvió a San Juan prometiéndole a Benavídez que se sometería al régimen de la Federación. En 1848 y en una situación de pobreza extrema, le permiten volver a La Rioja, su provincia natal. Esta situación molestó a Rosas que le exigió a Benavídez, enviar al Chacho a Buenos Aires, aunque el gobernador eludió la demanda. No obstante estar bajo garantía, participó en el derrocamiento del gobernador riojano, Vicente Mota. A partir de ese momento, la situación del Chacho mejoró pro su prestigio en el sostén del nuevo gobierno de Manuel Bustos. En 1852, con la derrota de Rosas, se afirmó con mayor solidez, intervino en cuestiones de política local y llegó a cartearse con el general Urquiza.
El nuevo gobernador de La Rioja, Solano Gómez, toma una serie de drásticas medidas que provocan que en 1856 Urquiza -en ese momento, presidente de la Confederación-, envíe una comisión que interviene en los asuntos provinciales. Ante el fracaso de los intentos encauzar la política provincial en el marco de la Constitución nacional, estalla una revolución promovida por Bustos y apoyada por Peñaloza que destituye al gobernador. La Legislatura lo reemplaza por Bustos que mantiene buenas relaciones con el Chacho. Sin embargo, la armonía se rompió a causa de los intentos revolucionarios de los hermanos Carlos y Ramón Ángel en 1859 y 1860 para derribar al gobierno. Las sanciones aplicadas a ambos disgustan a Peñaloza que era su protector y pide la renuncia de Bustos. Nuevamente, el gobierno nacional envía diferentes delegados para solucionar el pleito pero estos fracasan. Finalmente, Peñaloza toma el poder provincial y convoca a elecciones, que dan como resultado el nombramiento de Villafañe como nuevo gobernador. Urquiza envía una comisión para aconsejarlo que desarrolle una política acorde a la Constitución nacional.
El triunfo de Mitre en Pavón trajo un período aciago para la provincia. El gobierno central le pide a Peñaloza que oficie de árbitro en el conflicto entre Santiago del Estero y Catamarca. Aprovechando su ausencia el gobernador de Córdoba, Marcos Paz, se apoderó de La Rioja. La región se insurreccionó y decenas de partidas trataron de estorbar y aislar a los nacionales. Para congraciarse con Mitre, Villafañe traiciona a Peñaloza y firma una declaración en la que lo repudia y amenaza con castigos a los que lo apoyasen. El Chacho regresa apresuradamente e ingresa la ciudad con el apoyo popular. Villafañe había huido y el gobernador delegado repara el agravio inferido al Chacho. En ese momento Mitre y Paunero, alarmados por la supervivencia del Chacho, envían una comisión a negociar con él. Los jefes liberales reconocieron la necesidad de incluir al Chacho como una garantía del orden y la tranquilidad en el interior pero luego, lo acusaron de delitos que no había cometido y buscaron por todos los medios posibles, que Mitre le declarara la guerra. Por fin lo consiguieron y se designó a tal efecto, al gobernador de San Juan, Domingo Faustino Sarmiento, enemigo encarnizado del caudillo riojano. El Chacho enarboló la bandera de la rebelión frente al proyecto liberal y organizó una guerra de montoneras. Intentó atacar San Juan pero fue derrotado por el mayor Irrazábal. Dos días antes de morir, escribió una carta a Urquiza que se considera su 'testamento político'. Allí de pide que se ponga al frente de la lucha contra los herederos de Pavón. El 12 de noviembre de las fuerzas de Irrazábal lo encuentran en su casa y le exigen que se rinda. El Chacho entrega el puñal que le había obsequiado Urquiza en señal de aceptación, pero Irrazábal lo atravesó con una lanza. Su cabeza fue exhibida en la plaza de Olta durante ocho días.
Sarmiento se alegró por su muerte, diciendo que el Chacho era una 'bestia dañina', Mitre la desaprobó por no ajustarse a las disposiciones legales -era un general de la nación y debió juzgárselo en un Consejo de guerra. José Hernández, en cambio, publicó una reivindicación póstuma del caudillo en su diario El Argentino, que apareció como libro al año siguiente. También Gutiérrez y el poeta Olegario Andrade escriben en su favor. El texto de Sarmiento de 1867, en el que defiende el crimen contra Peñaloza desató una feroz polémica con Juan Bautista Alberdi.
Véase:
ANDRADE, OLEGARIO, Oda al general Ángel Vicente Peñaloza
GUTIÉRREZ, EDUARDO, La muerte de un héroe
HERNÁNDEZ, JOSÉ. Rasgos biográficos del general Ángel Vicente Peñaloza
SARMIENTO, DOMINGO F., El Chacho, el último caudillo de la montonera de los Llanos
VIÑAS, DAVID. Rebeliones populares argentinas. De los Montoneros a los anarquistas. Buenos Aires: Carlos Pérez Editor, 1971.
José Hernández y el asesinato de Peñaloza
Investigación periodística e historia política, por Carlos del Frade.
La investigación periodística revela el funcionamiento de los factores de poder en una sociedad y descubre el por qué existencial de las mayorías populares. La historia del periodismo argentino está plagada de antecedentes del género que tomó auge a fines de los años cincuenta del siglo veinte pero que, en realidad, asumió sus formas desde el diecinueve con políticos y escritores como Belgrano, Fray Mocho y José Hernández. Este último, conocido de manera mayoritaria por "Martín Fierro", fue uno de los pioneros de un periodismo de denuncia precisa que revela el nombre y el apellido de los multiplicadores del dolor del presente que le tocó vivir. La investigación sobre el asesinato del Chacho Peñaloza es una pieza de antología que no solamente es útil para los miles de estudiantes de periodismo, sino también para la historia política de los argentinos. Vayan estas líneas, entonces, como modesto homenaje a dos hombres comprometidos con el sueño inconcluso de los que son más, Hernández y Peñaloza que, en estos días, se recordaron con tibieza por las efemérides de sus nacimiento y muerte, respectivamente.
Del Chacho a los hijos y entenados
José Hernández es el símbolo de un periodismo de denuncia y prólogo del género de la investigación que descubre la trama íntima de la impunidad en torno a un crimen político que conmovió a la sociedad argentina de principios de la década del sesenta del siglo pasado.
El asesinato del Chacho Peñaloza fue presentado por los periódicos de la época, los de Buenos Aires, como el "lógico final de un bandolero".
Sarmiento y Mitre justificarían el método en nombre del progreso.
Frente a esta construcción de sentido del presente, tendiente a conformar una visión que justificaba la eliminación de las resistencias del interior ante el proyecto económico y político de la burguesía porteña en alianza con los ganaderos de la Mesopotamia, el periodista Hernández, militante del proyecto de la Confederación, descubriría otra historia.
Y lo haría a través de una serie de artículos que publicó en el periódico entrerriano "El Argentino", de Paraná.
La primera nota se titulaba "Asesinato atroz" y comenzaba con una cabeza escrita según los conceptos actuales de la estética del periodismo informativo.
"El general de la Nación, Don Ángel Vicente Peñaloza ha sido cosido a puñaladas en su lecho, degollado y llevada su cabeza de regalo al asesino de Benavídez, de los Virasoro, Ayes, Rolin, Giménez y demás mártires, en Olta, la noche del 12 del actual", en referencia a noviembre de 1863.
"El general Peñaloza contaba 70 años de edad; encanecido en la carrera militar, jamás tiñó sus manos en sangre y la mitad del partido unitario no tendrá que acusarle un solo acto que venga a empañar el valor de sus hechos, la magnanimidad de sus rasgos, la grandeza de su alma, la generosidad de sus sentimientos y la abnegación de sus sacrificios".
Hernández describe y utiliza los adjetivos que informan.
El periodista con conciencia política que es Hernández denunciará desde el presente, el proyecto de dominación que enfrenta desde el campo de batalla y desde el escritorio de una redacción.
"El asesinato del general Peñaloza es la obra de los salvajes unitarios; es la prosecución de los crímenes que van señalando sus pasos desde Dorrego hasta hoy".
Luego vendrá un segundo artículo, "La política del puñal" en la que advierte desde la lucidez del analista político: "Tiemble ya el general Urquiza que el puñal de los asesinos se prepara para descargarlo sobre su cuello; allí, en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el partido Unitario".
La tercera nota es la presentación del género de la investigación periodística en la Argentina.
"Peñaloza no ha sido perseguido. Ni hecho prisionero. Ni fusilado. Ni su muerte ha acaecido el 12 de noviembre. Lo vamos a probar evidentemente, y con los documentos de ellos mismos. Todo eso es un tejido de infamias y mentiras, que cae por tierra al más ligerísimo examen de los documentos oficiales que han publicado sus asesinos", aseguró el periodista.
Agregó que "ha sido cosido a puñaladas en su propio lecho, y mientras dormía, por un asesino que se introdujo a su campo en el silencio de la noche; fue enseguida degollado, y el asesino huyó llevándose la cabeza. A la mañana siguiente no había en su lecho ensangrentado sino un cadáver mutilado y cubierto de heridas. Esa es la verdad, pero todo esto ha ocurrido antes del 12 de que hablan las notas oficiales. Los partes y documentos confabulados mucho después del asesinato con el solo objeto de extraviar la opinión del país, incurren en contradicciones estúpidas".
En esas líneas se descubre el sentido y el objetivo de las palabras de Rodolfo Walsh en "Operación Masacre", luego de los fusilamientos de José León Suárez.
"Examinemos ligeramente esos documentos. El primer parte que aparece dando cuenta de la muerte del general Peñaloza, es el siguiente" y transcribe el texto de Pablo Yrrazábal y Ramón Castañeda fechado en Olta, el 12 de noviembre de 1863.
Allí se pone de manifiesto que Yrrazábal sorprendió al "bandido Peñaloza, el cual fue inmediatamente pasado por las armas" y aseguraba que también tenía "prisionera a la mujer y un hijo adoptivo".
Hernández destacó a los lectores el hecho de que el operativo se produjo en la madrugada del 12 y que no había más prisioneros que la familia de Peñaloza.
A continuación, Hernández publicó una carta de Sarmiento, como gobernador de San Juan, al inspector general de Armas de la República, general Wenceslao Paunero.
En ella el sanjuanino le adjudicó la detención del Chacho a Vera y no en la madrugada del 12, si no a las nueve de la mañana.
El tercer documento es la carta que Yrrazábal dirigió al coronel José Arredondo el mítico 12 de noviembre de 1863.
"Pongo en conocimiento de VE el buen éxito de nuestra jornada que ha dado el triunfo sobre el vandalaje", comenzaba el escrito.
Luego mencionó al "valiente comandante Ricardo Vera", la fecha 11 de noviembre, la toma de 18 prisioneros y la partida hacia Olta en la madrugada del 12. Habla de otro grupo de 18 nuevos prisioneros, seis muertos y el secuestro de la mujer del Chacho y un hijo adoptivo.
Entonces Hernández pone en evidencia las contradicciones entre los documentos oficiales.
"O miente uno o miente el otro. La verdad es que mienten los dos", escribe en tono contundente.
Publica una nueva carta, del 13 de noviembre, enviada por Pedro Echegaray al coronel y jefe de las fuerzas movilizadas, coronel Cesáreo Domínguez. Lo hace desde Los Pocitos, provincia de Córdoba. Allí se cuenta que se llegó a La Rioja en la noche del 12 de noviembre y que "muy pronto quedará restablecido el orden porque el primer caudillo, que era Peñaloza, concluyó su carrera en Olta, que fue muerto por una comisión del coronel Arredondo al mando del comandante Ricardo Vera".
De allí que Hernández desmenuce el sentido profundo de los signos que ofrecen las cartas.
"En esta nota, fechada un día después de aquel en que se da como acaecida la muerte de Peñaloza, y a una inmensa distancia del lugar del suceso, Echegaray habla del hecho como de un suceso viejo, habla de los resultados producidos, de la marcha de Puebla, de los avisos mandados por él a las autoridades de San Luis, de la ocupación de La Rioja por Arredondo, de los individuos que se han presentado, y por fin de que se ha retirado de aquella provincia por creer ya innecesaria su presencia allí. No hay magia para hacer tantas cosas en unas cuantas horas, sino la de los salvajes unitarios. Pero Echegaray no mentía, sino que Peñaloza ha sido asesinado mucho antes de lo que dicen esas notas falsificadas", remarcó José Hernández.
Y añadió una última carta de Yrrazábal a Echegaray, desde Ulapes, el 8 de noviembre de 1863. "Según noticias, creo que US no está seguro de que Peñaloza fue tomado e inmediatamente pasado por las armas", testimonia el documento.
A partir de esa demostración, Hernández confirmó que "aquí está descubierto el crimen. Esa nota es de fecha 8 de noviembre e Yrrazábal le asegura a Echegaray que Peñaloza había sido muerto" y más adelante enfatizó que "el asesinato que se pretende encubrir está revelado".
Después analiza la construcción de la historia oficial a través del diario "El Imparcial" de Córdoba y "La Nación Argentina", de Mitre.
Terminó escribiendo que "el criminal se agazapa, se esconde, pero siempre deja la cola afuera, que es por donde lo toma la justicia. Los salvajes unitarios han dejado también la cola afuera".
Es una pena que este texto de investigación, análisis, precisión informativa y moderna estética en la redacción, no se estudie en las facultades de comunicación social y en las escuelas de periodismo como antecedente de los escritos de Walsh, Bayer y Verbitsky.
Pero también constituye un flagrante delito de falsificación histórica el tratar de reducir a José Hernández como el autor del "Martín Fierro".
Hernández demuestra, a través de su notable ejercicio de la construcción de las noticias y de su compromiso político que lo llevó hasta los campos de batalla, una voluntad de convertir en masivo lo oculto por los sectores dominantes.
Su trabajo de descubrimiento a favor de las mayorías constituye un valioso aporte para la formación de la conciencia social.
Esa que se nutre del mandato cultural y político que viene desde 1810 de formar una Argentina con igualdad y solidaridad, proyecto histórico que resume la identidad nacional.
Fuente: ARGENPRESS.info, Fecha publicación: 14/11/2005
Nació en 1778, en San Antonio, departamento de Los Llanos, en la provincia de La Rioja. A los 16 años comenzó a conducir las arrias de su padre, el estanciero José Prudencio Ouiroga. Tras un breve paso como voluntario por el Regimiento de granaderos a caballo, en Buenos Aires, regresó en 1816 a La Rioja, donde colaboró activamente con el ejército del norte que luchaba contra los realistas, proveyéndolo de ganado y tropas. En 1818 recibió de Pueyrredón el título de "benemérito de la Patria" y a fines de ese año intervino destacadamente para sofocar un motín de prisioneros españoles en San Luis.
A partir de 1820, con el cargo de jefe de las milicias de Los llanos, se inició en La Rioja la preponderancia de Quiroga. Convertido en árbitro de la situación riojana, contribuyó a colocar en el gobierno provincial a Nicolás Dávila, quien en ausencia de Quiroga intentó apoderarse de la artillería y el parque de Los Llanos. El caudillo derrotó al Gobernador en el combate de El Puesto y aunque asumió la gobernación sólo por tres meses - 28 de marzo al 28 de Junio de 1823 - continuó siendo, en los hechos, la suprema autoridad riojana.
Quiroga brindó su apoyo entusiasta al Congreso de 1824 reunido en Buenos Aires, pero pronto se produjo su ruptura con los unitarios porteños. En esos momentos, el gobierno de La Rioja se asoció con un grupo de capitalistas nacionales encabezados por Braulio Costa, a quien se otorgó la concesión para explotar las minas de plata del cerro de Famatina. Facundo, como comandante del Departamento, fue también accionista de la compañía y, por el convenio, quedó encargado de asegurar la explotación, con cuyo producto se acuñaría moneda a través del Banco de Rescate y la Casa de Moneda de La Rioja. Sin embargo, la designación de Rivadavia como Presidente de la República, en 1826, alteró estos planes. El Presidente, que durante su permanencia en Inglaterra había promovido la formación de una compañía minera, nacionalizó la riqueza del subsuelo y también la moneda, prohibiendo la acuñación a toda institución que no fuera el Banco Nacional, por él creado. La reacción de Quiroga fue inmediata. Junto a los otros gobernadores que resistían la política centralista de Rivadavia que culminó con la sanción de la Constitución unitaria, se levantó en armas contra el presidente, enarbolando su famoso lema de Religión o Muerte. Su lucha contra los unitarios había comenzado, en realidad, en 1825, cuando Quiroga derrotó a La Madrid - usurpador del gobierno de Tucumán - en El Tala y Rincón de Valladares.
Caído Rivadavia, Quiroga apoyó la efímera gestión de Dorrego, cuyo fusilamiento volvió a encender la chispa de la guerra civil. Facundo se convirtió entonces en figura descollante del movimiento federal y, en el interior, enfrentó a las fuerzas unitarias del General Paz. El Tigre de Los Llanos, como lo llamaban amigos y adversarios, cayó derrotado en La Tablada y en Oncativo. En Buenos Aires, con la ayuda de Rosas, formó una nueva fuerza, llamada División de Los Andes, Al frente de ella ocupó San Luis y Mendoza, en Córdoba persiguió a La Madrid - el jefe de las fuerzas unitarias después de la captura de Paz - y, ya en tierra tucumana, lo derrotó completamente en La Ciudadela. En esos momentos su poder y su prestigio alcanzaban el punto más alto. Después de participar en la etapa preparatoria de la campana del desierto realizada por Rosas, permaneció con su familia en Buenos Aires durante un tiempo. En 1834, a pedido de Maza, gobernador de Buenos Aires, y del propio Rosas, medió en un conflicto entre Salta y Tucumán. En Santiago del Estero se enteró del asesinato de De La Torre, gobernador salteño. Cumplida su misión en el norte, Quiroga emprendió el regreso hacia Buenos Aires, desoyendo las advertencias sobre la posibilidad de que se lo intentara asesinar y rechazando el ofrecimiento de protección que le hizo Ibarra, el gobernador santiagueño. Su coraje lo condujo, una vez más, a enfrentarse con la muerte. Pero en esta oportunidad, el Tigre perdió la partida: en Barranca Yaco fue ultimado por un grupo de asesinos enviados por los hermanos Reynafé, a la sazón dueños del gobierno de Córdoba.
Ángel Vicente "Chacho" Peñaloza (1798-1863)
Vicente Osvaldo Cutolo
[De Nuevo Diccionario Biográfico Argentino 1750-1930]
En 1821, Ángel Peñaloza, apodado el Chacho, trabó amistad con el Comandante Juan Facundo Quiroga y luchó, bajo su mando, contra las fuerzas unitarias al mando de La Madrid y el General José María Paz. Quiroga acuerda con Juan Manuel de Rosas un plan para destruir a las fuerzas unitarias en el interior del país e inicia, junto con Peñaloza, una campaña que culmina con el dominio de Cuyo, La Rioja, San Luis, Mendoza, Catamarca y Tucumán.
Durante el gobierno de Paulino Orihuela, gobernador de La Rioja, el Chacho fue designado comandante militar y su prestigio era tan grande que en 1833 comandó la escolta de Quiroga. Era un típico caudillo de la provincia, un hombre de campo con todas las características que el poema de José Hernández atribuye al gaucho argentino.
Cuando se produjo el asesinato de su jefe y protector en Barranca Yaco, el 16 de febrero de 1835, quedó como sucesor indiscutido de su popularidad. En 1840 se pronunció contra Rosas porque creyó que éste había sido uno de los instigadores del asesinato de Quiroga. A las órdenes de Lavalle, el Chacho sublevó los Llanos e inició una guerra de guerrillas contra el fraile Aldao que había ocupado La Rioja. El deseo por tomar su provincia natal para el bando unitario lo llevó a varios enfrentamientos con los diferentes gobernadores de La Rioja. Finalmente fue derrotado por el ejército del gobernador federal de San Juan. Se exilió un año en Chile y en 1844, volvió a San Juan prometiéndole a Benavídez que se sometería al régimen de la Federación. En 1848 y en una situación de pobreza extrema, le permiten volver a La Rioja, su provincia natal. Esta situación molestó a Rosas que le exigió a Benavídez, enviar al Chacho a Buenos Aires, aunque el gobernador eludió la demanda. No obstante estar bajo garantía, participó en el derrocamiento del gobernador riojano, Vicente Mota. A partir de ese momento, la situación del Chacho mejoró pro su prestigio en el sostén del nuevo gobierno de Manuel Bustos. En 1852, con la derrota de Rosas, se afirmó con mayor solidez, intervino en cuestiones de política local y llegó a cartearse con el general Urquiza.
El nuevo gobernador de La Rioja, Solano Gómez, toma una serie de drásticas medidas que provocan que en 1856 Urquiza -en ese momento, presidente de la Confederación-, envíe una comisión que interviene en los asuntos provinciales. Ante el fracaso de los intentos encauzar la política provincial en el marco de la Constitución nacional, estalla una revolución promovida por Bustos y apoyada por Peñaloza que destituye al gobernador. La Legislatura lo reemplaza por Bustos que mantiene buenas relaciones con el Chacho. Sin embargo, la armonía se rompió a causa de los intentos revolucionarios de los hermanos Carlos y Ramón Ángel en 1859 y 1860 para derribar al gobierno. Las sanciones aplicadas a ambos disgustan a Peñaloza que era su protector y pide la renuncia de Bustos. Nuevamente, el gobierno nacional envía diferentes delegados para solucionar el pleito pero estos fracasan. Finalmente, Peñaloza toma el poder provincial y convoca a elecciones, que dan como resultado el nombramiento de Villafañe como nuevo gobernador. Urquiza envía una comisión para aconsejarlo que desarrolle una política acorde a la Constitución nacional.
El triunfo de Mitre en Pavón trajo un período aciago para la provincia. El gobierno central le pide a Peñaloza que oficie de árbitro en el conflicto entre Santiago del Estero y Catamarca. Aprovechando su ausencia el gobernador de Córdoba, Marcos Paz, se apoderó de La Rioja. La región se insurreccionó y decenas de partidas trataron de estorbar y aislar a los nacionales. Para congraciarse con Mitre, Villafañe traiciona a Peñaloza y firma una declaración en la que lo repudia y amenaza con castigos a los que lo apoyasen. El Chacho regresa apresuradamente e ingresa la ciudad con el apoyo popular. Villafañe había huido y el gobernador delegado repara el agravio inferido al Chacho. En ese momento Mitre y Paunero, alarmados por la supervivencia del Chacho, envían una comisión a negociar con él. Los jefes liberales reconocieron la necesidad de incluir al Chacho como una garantía del orden y la tranquilidad en el interior pero luego, lo acusaron de delitos que no había cometido y buscaron por todos los medios posibles, que Mitre le declarara la guerra. Por fin lo consiguieron y se designó a tal efecto, al gobernador de San Juan, Domingo Faustino Sarmiento, enemigo encarnizado del caudillo riojano. El Chacho enarboló la bandera de la rebelión frente al proyecto liberal y organizó una guerra de montoneras. Intentó atacar San Juan pero fue derrotado por el mayor Irrazábal. Dos días antes de morir, escribió una carta a Urquiza que se considera su 'testamento político'. Allí de pide que se ponga al frente de la lucha contra los herederos de Pavón. El 12 de noviembre de las fuerzas de Irrazábal lo encuentran en su casa y le exigen que se rinda. El Chacho entrega el puñal que le había obsequiado Urquiza en señal de aceptación, pero Irrazábal lo atravesó con una lanza. Su cabeza fue exhibida en la plaza de Olta durante ocho días.
Sarmiento se alegró por su muerte, diciendo que el Chacho era una 'bestia dañina', Mitre la desaprobó por no ajustarse a las disposiciones legales -era un general de la nación y debió juzgárselo en un Consejo de guerra. José Hernández, en cambio, publicó una reivindicación póstuma del caudillo en su diario El Argentino, que apareció como libro al año siguiente. También Gutiérrez y el poeta Olegario Andrade escriben en su favor. El texto de Sarmiento de 1867, en el que defiende el crimen contra Peñaloza desató una feroz polémica con Juan Bautista Alberdi.
Véase:
ANDRADE, OLEGARIO, Oda al general Ángel Vicente Peñaloza
GUTIÉRREZ, EDUARDO, La muerte de un héroe
HERNÁNDEZ, JOSÉ. Rasgos biográficos del general Ángel Vicente Peñaloza
SARMIENTO, DOMINGO F., El Chacho, el último caudillo de la montonera de los Llanos
VIÑAS, DAVID. Rebeliones populares argentinas. De los Montoneros a los anarquistas. Buenos Aires: Carlos Pérez Editor, 1971.
José Hernández y el asesinato de Peñaloza
Investigación periodística e historia política, por Carlos del Frade.
La investigación periodística revela el funcionamiento de los factores de poder en una sociedad y descubre el por qué existencial de las mayorías populares. La historia del periodismo argentino está plagada de antecedentes del género que tomó auge a fines de los años cincuenta del siglo veinte pero que, en realidad, asumió sus formas desde el diecinueve con políticos y escritores como Belgrano, Fray Mocho y José Hernández. Este último, conocido de manera mayoritaria por "Martín Fierro", fue uno de los pioneros de un periodismo de denuncia precisa que revela el nombre y el apellido de los multiplicadores del dolor del presente que le tocó vivir. La investigación sobre el asesinato del Chacho Peñaloza es una pieza de antología que no solamente es útil para los miles de estudiantes de periodismo, sino también para la historia política de los argentinos. Vayan estas líneas, entonces, como modesto homenaje a dos hombres comprometidos con el sueño inconcluso de los que son más, Hernández y Peñaloza que, en estos días, se recordaron con tibieza por las efemérides de sus nacimiento y muerte, respectivamente.
Del Chacho a los hijos y entenados
José Hernández es el símbolo de un periodismo de denuncia y prólogo del género de la investigación que descubre la trama íntima de la impunidad en torno a un crimen político que conmovió a la sociedad argentina de principios de la década del sesenta del siglo pasado.
El asesinato del Chacho Peñaloza fue presentado por los periódicos de la época, los de Buenos Aires, como el "lógico final de un bandolero".
Sarmiento y Mitre justificarían el método en nombre del progreso.
Frente a esta construcción de sentido del presente, tendiente a conformar una visión que justificaba la eliminación de las resistencias del interior ante el proyecto económico y político de la burguesía porteña en alianza con los ganaderos de la Mesopotamia, el periodista Hernández, militante del proyecto de la Confederación, descubriría otra historia.
Y lo haría a través de una serie de artículos que publicó en el periódico entrerriano "El Argentino", de Paraná.
La primera nota se titulaba "Asesinato atroz" y comenzaba con una cabeza escrita según los conceptos actuales de la estética del periodismo informativo.
"El general de la Nación, Don Ángel Vicente Peñaloza ha sido cosido a puñaladas en su lecho, degollado y llevada su cabeza de regalo al asesino de Benavídez, de los Virasoro, Ayes, Rolin, Giménez y demás mártires, en Olta, la noche del 12 del actual", en referencia a noviembre de 1863.
"El general Peñaloza contaba 70 años de edad; encanecido en la carrera militar, jamás tiñó sus manos en sangre y la mitad del partido unitario no tendrá que acusarle un solo acto que venga a empañar el valor de sus hechos, la magnanimidad de sus rasgos, la grandeza de su alma, la generosidad de sus sentimientos y la abnegación de sus sacrificios".
Hernández describe y utiliza los adjetivos que informan.
El periodista con conciencia política que es Hernández denunciará desde el presente, el proyecto de dominación que enfrenta desde el campo de batalla y desde el escritorio de una redacción.
"El asesinato del general Peñaloza es la obra de los salvajes unitarios; es la prosecución de los crímenes que van señalando sus pasos desde Dorrego hasta hoy".
Luego vendrá un segundo artículo, "La política del puñal" en la que advierte desde la lucidez del analista político: "Tiemble ya el general Urquiza que el puñal de los asesinos se prepara para descargarlo sobre su cuello; allí, en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el partido Unitario".
La tercera nota es la presentación del género de la investigación periodística en la Argentina.
"Peñaloza no ha sido perseguido. Ni hecho prisionero. Ni fusilado. Ni su muerte ha acaecido el 12 de noviembre. Lo vamos a probar evidentemente, y con los documentos de ellos mismos. Todo eso es un tejido de infamias y mentiras, que cae por tierra al más ligerísimo examen de los documentos oficiales que han publicado sus asesinos", aseguró el periodista.
Agregó que "ha sido cosido a puñaladas en su propio lecho, y mientras dormía, por un asesino que se introdujo a su campo en el silencio de la noche; fue enseguida degollado, y el asesino huyó llevándose la cabeza. A la mañana siguiente no había en su lecho ensangrentado sino un cadáver mutilado y cubierto de heridas. Esa es la verdad, pero todo esto ha ocurrido antes del 12 de que hablan las notas oficiales. Los partes y documentos confabulados mucho después del asesinato con el solo objeto de extraviar la opinión del país, incurren en contradicciones estúpidas".
En esas líneas se descubre el sentido y el objetivo de las palabras de Rodolfo Walsh en "Operación Masacre", luego de los fusilamientos de José León Suárez.
"Examinemos ligeramente esos documentos. El primer parte que aparece dando cuenta de la muerte del general Peñaloza, es el siguiente" y transcribe el texto de Pablo Yrrazábal y Ramón Castañeda fechado en Olta, el 12 de noviembre de 1863.
Allí se pone de manifiesto que Yrrazábal sorprendió al "bandido Peñaloza, el cual fue inmediatamente pasado por las armas" y aseguraba que también tenía "prisionera a la mujer y un hijo adoptivo".
Hernández destacó a los lectores el hecho de que el operativo se produjo en la madrugada del 12 y que no había más prisioneros que la familia de Peñaloza.
A continuación, Hernández publicó una carta de Sarmiento, como gobernador de San Juan, al inspector general de Armas de la República, general Wenceslao Paunero.
En ella el sanjuanino le adjudicó la detención del Chacho a Vera y no en la madrugada del 12, si no a las nueve de la mañana.
El tercer documento es la carta que Yrrazábal dirigió al coronel José Arredondo el mítico 12 de noviembre de 1863.
"Pongo en conocimiento de VE el buen éxito de nuestra jornada que ha dado el triunfo sobre el vandalaje", comenzaba el escrito.
Luego mencionó al "valiente comandante Ricardo Vera", la fecha 11 de noviembre, la toma de 18 prisioneros y la partida hacia Olta en la madrugada del 12. Habla de otro grupo de 18 nuevos prisioneros, seis muertos y el secuestro de la mujer del Chacho y un hijo adoptivo.
Entonces Hernández pone en evidencia las contradicciones entre los documentos oficiales.
"O miente uno o miente el otro. La verdad es que mienten los dos", escribe en tono contundente.
Publica una nueva carta, del 13 de noviembre, enviada por Pedro Echegaray al coronel y jefe de las fuerzas movilizadas, coronel Cesáreo Domínguez. Lo hace desde Los Pocitos, provincia de Córdoba. Allí se cuenta que se llegó a La Rioja en la noche del 12 de noviembre y que "muy pronto quedará restablecido el orden porque el primer caudillo, que era Peñaloza, concluyó su carrera en Olta, que fue muerto por una comisión del coronel Arredondo al mando del comandante Ricardo Vera".
De allí que Hernández desmenuce el sentido profundo de los signos que ofrecen las cartas.
"En esta nota, fechada un día después de aquel en que se da como acaecida la muerte de Peñaloza, y a una inmensa distancia del lugar del suceso, Echegaray habla del hecho como de un suceso viejo, habla de los resultados producidos, de la marcha de Puebla, de los avisos mandados por él a las autoridades de San Luis, de la ocupación de La Rioja por Arredondo, de los individuos que se han presentado, y por fin de que se ha retirado de aquella provincia por creer ya innecesaria su presencia allí. No hay magia para hacer tantas cosas en unas cuantas horas, sino la de los salvajes unitarios. Pero Echegaray no mentía, sino que Peñaloza ha sido asesinado mucho antes de lo que dicen esas notas falsificadas", remarcó José Hernández.
Y añadió una última carta de Yrrazábal a Echegaray, desde Ulapes, el 8 de noviembre de 1863. "Según noticias, creo que US no está seguro de que Peñaloza fue tomado e inmediatamente pasado por las armas", testimonia el documento.
A partir de esa demostración, Hernández confirmó que "aquí está descubierto el crimen. Esa nota es de fecha 8 de noviembre e Yrrazábal le asegura a Echegaray que Peñaloza había sido muerto" y más adelante enfatizó que "el asesinato que se pretende encubrir está revelado".
Después analiza la construcción de la historia oficial a través del diario "El Imparcial" de Córdoba y "La Nación Argentina", de Mitre.
Terminó escribiendo que "el criminal se agazapa, se esconde, pero siempre deja la cola afuera, que es por donde lo toma la justicia. Los salvajes unitarios han dejado también la cola afuera".
Es una pena que este texto de investigación, análisis, precisión informativa y moderna estética en la redacción, no se estudie en las facultades de comunicación social y en las escuelas de periodismo como antecedente de los escritos de Walsh, Bayer y Verbitsky.
Pero también constituye un flagrante delito de falsificación histórica el tratar de reducir a José Hernández como el autor del "Martín Fierro".
Hernández demuestra, a través de su notable ejercicio de la construcción de las noticias y de su compromiso político que lo llevó hasta los campos de batalla, una voluntad de convertir en masivo lo oculto por los sectores dominantes.
Su trabajo de descubrimiento a favor de las mayorías constituye un valioso aporte para la formación de la conciencia social.
Esa que se nutre del mandato cultural y político que viene desde 1810 de formar una Argentina con igualdad y solidaridad, proyecto histórico que resume la identidad nacional.
Fuente: ARGENPRESS.info, Fecha publicación: 14/11/2005
Felipe Varela
Hijo del caudillo federal Javier Varela y de doña Isabel Rearte, nació en el pueblo de Huaycama, departamento Valle Viejo, provincia de Catamarca, en 1819. Perteneció a una antigua y distinguida familia del valle catamarqueño. Un hermano del caudillo, Juan Manuel Varela, fue facultado por el gobernador Octaviano Navarro en marzo de 1857, para "ejercer la profesión de cirujano en la provincia" de Catamarca. Sus parientes han ocupado cargos públicos de responsabilidad en el ámbito lugareño y fuera de él. Varela pasó los primeros años de su vida con la tradicional familia Nieva y Castilla, del Hospicio de San Antonio de Piedra Blanca, de la cual era también pariente.
A los 21 años de edad asistió a la muerte de su padre en el combate librado el 8 de setiembre de 1840 sobre la margen derecha del Río del Valle, entre las fuerzas federales invasoras de Santiago del Estero y las unitarias de Catamarca.
Posteriormente se radicó en Guandacol, pueblito riojano recostado sobre la precordillera de los Andes. Allí se acogió al tutelaje del comandante Pedro Pascual Castillo, amigo de su padre, con quien visitaría esos lugares en sus frecuentes viajes con arrías de animales para Chile. Y allí, en Guandacol, poco después, formó su hogar con una hija de su protector, Trinidad Castillo. Se sabe que tuvo varios hijos, entre los que se cuentan Isora, Elvira, Bernarda y Javier. Con su padre político se dedicó, además, al engorde de hacienda para los mercados chilenos de Huayco y Copiapó. Esos continuos viajes y el trato con peones y pequeños ganaderos, le dieron un amplio conocimiento del paisano humilde de la región y de los vericuetos de la cordillera que cruzaría muchas veces. Y poco a poco, fue acrecentando su prestigio entre la peonada y la gente del campo.
No obstante su estirpe federal, luchó con su padre político en la Coalición del Norte contra Rosas, a las órdenes del caudillo Ángel Vicente Peñaloza, quien se había plegado a esa causa por lealtad al gobernador riojano Tomás Brizuela, jefe de aquel movimiento. Pero vencida la resistencia norteña pasó con sus compañeros de infortunio a refugiarse en Chile. ¿Cuánto tiempo estuvo allí? No se sabe exactamente. Pero lo evidente es que en ese lapso logró gran predicamento.
Hasta hace poco se creía que Varela regresó al país recién después de la caída de Rosas, pero no es así. Documentos encontrados por el doctor Ernesto S. Zalazar, de Chilecito (La Rioja), y dados a conocer no hace mucho señalan que, por lo menos, en 1848 ya se encontraba en Guandacol. Por esos años el catamarqueño entró en amistad también con el coronel Tristán Benjamín Dávila, acaudalado vecino de Famatina. Dávila perteneció primero al partido unitario y después de Caseros se incorporó a los ideales de Urquiza, para pasarse, luego de Pavón, al mitrismo. Varela no sólo trabó amistad con el coronel Dávila, sino que se había asociado a sus negocios, entre ellos un molino harinero. Eran los tiempos en que catamarqueños y riojanos comercializaban prósperamente con Chile con arrías de mulas, venta de harina, aguardiente, vinos, algodón, y otros frutos de la región.
Ahora el catamarqueño está radicado en Copiapó y allí se quedará por algún tiempo. En octubre de 1855 figura en Vallenar (Chile), ostentando el grado de capitán de carabineros. Con otros oficiales argentinos, también emigrados, concurrió al asedio de La Serena, en defensa del gobierno chileno. Por su diligencia y coraje en la sofocación de la revuelta recibió un sable.
El escritor Francisco Centeno, que siendo niño conoció a Varela cuando éste tomó Salta, lo describe así en su obra Las Montoneras: "Varela era de estatura alta y bizarra; su faz fina, muy enjuto de carnes como todo criollo puro, criado sobre el caballo, alimentado eternamente de carne; usaba la barba sin pera, pero largas las patillas a la española, ya canosas, de pómulos sobresalientes y de ojos de mirar fuerte como ave de rapiña. Vestía pantalón-bombacha, chaquetilla militar con alamares y calzaba botas de caballería. Ancho sombrero de campo cubría su cabeza. Parecía representar la edad en que se ha pasado la mitad del término de la vida". Y en otra parte expresa que "Varela no carecía de cierta gallardía militar".
Al servicio de la Argentina
Al finalizar el año 1855, regresa nuevamente a nuestro país, y aparece revistando como teniente coronel en el Regimiento Nº 7 de caballería de línea que comandaba el coronel Baigorria, destacado a la sazón en Concepción de Río Cuarto.
Luego de firmado el tratado de La Banderita, el 20 de junio de 1862, entre el general Peñaloza y el coronel Baltar, representante este último del general Mitre, el Chacho vería con disgusto que otra vez su confiado espíritu gaucho lo había traicionado. Mitre no tenía intención alguna de convivir pacíficamente con provincias federales y menos aún con sus caudillos. Varela había alertado al Chacho de su excesiva buena fe, pero éste era hombre de palabra y no reaccionaría hasta confirmar la traición porteña. Por ese motivo vuelve a encomendarle a Varela la misión de recorrer Catamarca para recoger la opinión de sus lugartenientes y del paisanaje. Regresa a La Rioja y al poco tiempo aparece de nuevo en Catamarca cabalgando junto a los jefes montoneros Carlos Ángel y Severo Chumbita, esta vez agitando por la revolución federal.
Finalmente, el 26 de marzo de 1863, el Chacho levanta su lanza y desgarra el aire riojano con un grito de guerra, que subirá los cerros, cruzará el desierto y estallará en el corazón de un pueblo que, como ayer con Quiroga, acudirá enamorado a la invitación insurreccional del caudillo.
Vencido Peñaloza en la batalla de Las Playas, Felipe Varela se exilia en Copiapó, Chile, desde noviembre de 1863. Ha quedado muy pobre y sin medios para reorganizar su ejército desintegrado. Pero las ganas de pelear siguen intactas, máxime cuando recibe la noticia del asesinato del Chacho. Por eso, haciendo un gasto imposible para sus exiguas arcas, envía desde Chile hasta Entre Ríos, una carta dirigida al general Urquiza. En ella, con un tono más directo y conminatorio que el usado para con Peñaloza, Varela indica a su jefe que todo el país clama para que "monte a caballo a libertar de nuevo la república… como único salvador de la patria y sus derechos todo habitante clava sus ojos en S. S.", y por último le pide algunos fondos para formar "una bonita división". Fiel a su política conciliadora, Urquiza archiva la carta sin responder.
También en Copiapó, recibe la noticia de los sucesos de la Banda Oriental, donde Venancio Flores, con el apoyo de Mitre y el Imperio del Brasil, se ha levantado contra el gobierno nacionalista "blanco" de Berro. El mariscal paraguayo Francisco Solano López sabía que, caída la Banda Oriental en manos brasileñas, le llegaría su turno de enfrentar a la potencia expansionista. Y no se equivocó, los acontecimientos de la Banda Oriental terminaron con la Guerra de la Triple Alianza, pisoteando los principios de la Unión Americana.
Desde Chile, Varela seguía con ansiedad los hechos, esperando una respuesta de Urquiza, sin saber que la historia golpearía su puerta llamándolo a convertirse en la voz y la lanza de los humildes, el último gran caudillo montonero. Allí se puso en contacto con la Unión Americana, a la que adhiere fervorosamente, integrándose al comité de dicha unión en Copiapó.
Desbande de Basualdo
Varela, convencido de que Urquiza desenvainará por fin su espada para defender al Paraguay, monta su caballo y se dirige a Entre Ríos, completando la travesía en sólo catorce días. Al llegar, para su sorpresa, encuentra a Urquiza decidido a alinearse con Mitre contra el Paraguay. Al poco tiempo se produce el "desbande" de Basualdo, en donde las tropas de Urquiza se niegan a pelear y desertan. Muchos consideran como instigadores de este hecho a Felipe Varela y Ricardo López Jordán. El repudio hacia esa guerra fraticida es generalizado.
En 1866, Perú, Chile, Ecuador y Bolivia están en guerra contra España. Todo el pacífico es solidario con esta lucha. Mientras tanto, las naves españolas que se sumaban al ataque se abastecían sin dificultades en Buenos Aires y Montevideo, ante la indignación del resto de las repúblicas de América. Los primeros meses de 1866 encuentran a Varela en Chile, donde asiste al bombardeo de Valparaíso por parte de las fuerzas españolas. Esta experiencia fortalece aún más sus lazos con la Unión Americana. En febrero parte rumbo a Bolivia y poco después recala en Buenos Aires. Allí realiza contactos en busca de aliados para continuar la lucha contra el poder porteño. Es consciente de su escasez de recursos para tal empresa, por eso estrecha vínculos con chilenos y bolivianos a la vez que sigue confiando en Urquiza, quien, además es el único con los medios y el prestigio suficientes como para convocar al país y armar las huestes federales contra Mitre. Pero volverá a Chile con una última convicción: la revolución federal depende en gran medida de su protagonismo.
En noviembre de 1866 se produce en Mendoza la Revolución de los Colorados, que derrotó al gobierno de Melitón Arroyo. La revolución se expande. Tras la cordillera, Felipe Varela espera la oportunidad de comenzar el movimiento que ha venido proyectando desde hace dos años.
En Curupaytí, las tropas porteñas sufren un serio revés, festejado jubilosamente por los pueblos del interior que ya estaban en pie de guerra contra esas mismas fuerzas. En efecto, todo Cuyo y el Noroeste se halla en manos federales. Desde Chile, en diciembre de 1866, una poderosa voz se levanta sobre las altas cumbres, unificando todos los movimientos revolucionarios iniciados en los últimos meses: "¡Compatriotas a las armas!". Por fin en enero, Varela se lanza a cruzar la cordillera. Tenía dos batallones bien equipados, tres cañones y una bandera en la que se leía: "¡Federación o Muerte!" ¡Viva la Unión Americana! ¡Viva el ilustre capitán general Urquiza! ¡Abajo los negreros traidores a la Patria!"
Pozo de Vargas
Felipe Varela dirigía y coordinaba desde La Rioja todos los movimientos revolucionarios. El 4 de marzo de 1867 sus tropas vencieron en la batalla de Tinogasta. Después de este combate, Varela, que se encontraba rumbo al Norte, contramarcha a La Rioja, donde se desencadenará la batalla de Pozo de Vargas. En esta acción, llevada a cabo el 10 de abril de 1867 las tropas federales son derrotadas por el general Antonio Taboada. Varela penetró en Catamarca y luego pasó a Salta, ocupando los valles Calchaquíes, obteniendo una victoria en Amaicha, el 29 de agosto, contra las tropas salteñas mandadas por el coronel Pedro José Frías. Este triunfo coloca a Varela como dueño de los valles, a la vez que origina un revuelo en la ciudad. El gobernador salteño Sixto Ovejero recriminó a Frías por la derrota atribuyéndola a su cobardía, mientras éste exageraba el número de enemigos para justificarse.
Salta bajo fuego
Cuando el gobierno salteño tuvo la noticia de que Varela avanzaba sobre la capital -8 de octubre- adoptó de inmediato las medidas para su defensa. Ovejero designó jefe de la plaza al general boliviano Nicanor Flores, afincado en la provincia. Se cavaron 14 trincheras, obras que quedaron concluidas el 9 de octubre, las mismas estaban emplazadas en el radio de una cuadra alrededor de la plaza. Eran de adobe y disponían de troneras para los fusiles y una central para los cañones. Las fuerzas totales eran de unos 300 soldados a los que se sumaron jóvenes voluntarios. Varela, que contaba con 800 hombres veteranos de una trajinada campaña, el día 9 sitió la ciudad. A primera hora del día siguiente intimó a Ovejero la rendición "en el término de dos horas", pero éste la rechazó. Comenzó entonces la batalla de Salta. Los salteños se comportaron valientemente, rehabilitando su nombre del cobarde desempeño que tuvieron los defensores de los Valles. Pero al cabo de dos horas y media de lucha Varela quedó dueño de la ciudad. Victoria costosa y efímera para él pues apenas pudo ocupar la plaza durante una hora. Octaviano Navarro, con fuerzas superiores, estaba encima suyo. Ante esta situación inmediatamente inicia su movimiento hacia el norte toda la harapienta columna, sin pólvora, sin municiones pero con la dignidad del soldado, retirándose sin dejar de mirar de frente al enemigo.
Hacia Jujuy
Los soldados de Varela hacen noche en Castañares y luego se dirigen a Jujuy, dispuestos a tomarla a sangre y fuego, si era necesario, con el objeto de buscar en ella el elemento que le les faltaba: la pólvora, para regresar inmediatamente sobre las fuerzas enemigas, del general Navarro, y luego sobre las de Taboada. El gobernador Belaúnde, que contaba con fuerzas suficientes para repeler el ataque, abandonó la ciudad de Jujuy pretextando falta de municiones. Los soldados, entonces, solo efectuaron algunos disparos y huyeron rápidamente ante la presencia de las tropas federales. Así el 13 de octubre de 1867, la columna de Varela ingresa a la ciudad en perfecta formación sin disparar un solo tiro. Al no encontrar pólvora ni los elementos de guerra que necesitaba, nuevamente se pone en marcha y la columna se dirige esta vez a La Tablada, con las fuerzas de Navarro pisándole los talones, sin atreverse a atacarlo.
Arribo a Bolivia
Comienza noviembre en el altiplano. Una andrajosa columna que sólo conserva orgullosamente un par de cañoncitos llevados a tiro cruza la frontera boliviana. La cruzada federal ha terminado. Varela mira por última vez a sus hombres antes de licenciarlos. Estos heroicos gauchos han soportado incontables calamidades, han seguido a este hombre con una fidelidad admirable. No son muchos los casos como éste en nuestra historia, tampoco los caudillos como Felipe Varela. Con un abrazo despide a sus oficiales. La guerra ha terminado. Ahora es un exiliado, pero la esperanza no termina.
La columna llega a Tarija. El caudillo detiene por última vez lo que queda de su tropa, desmonta pesadamente y se dirige a Guayama; los rostros duros, que llevan en la curtida piel todo el sol, todo el viento de esta tierra, se miran fijamente. No hay palabras, un abrazo vigoroso despide a estos hombres, cientos de leguas han recorrido juntos combatiendo al "tirano de Buenos Aires". Ya es tiempo del adiós. Es tiempo de destierro.
Sin embargo Felipe Varela, aún a costa de su vida, quiere conjugar la teoría con la acción. Desde Potosí, el 1º de enero de 1868, redacta su famoso "Manifiesto a los Pueblos Americanos, sobre los Acontecimientos Políticos de la República Argentina, en los años de 1866 y 67", donde resalta sus embestidas contra el centralismo porteño y, por ende, contra el gobierno de Bartolomé Mitre, al que acusa de no respetar la Constitución Nacional de 1853. "Combatiré hasta derramar mi última gota de sangre por mi bandera y los principios que ella ha simbolizado", expresa el Quijote de los Andes, en una de sus tantas sentencias llenas de coraje y altruismo.
Una nueva embestida se inició con el fusilamiento del caudillo riojano Aurelio Zalazar, conductor también de montoneras. Varela, indignado, se lanzó nuevamente a la guerra contra el orden mitrista durante la Navidad de 1868. Fue definitivamente derrotado el 12 de enero de 1869 en Pastos Grandes. Con la derrota de Varela se cerró el último capítulo de la lucha contra el sistema económico liberal -y contra el orden mitrista, la cara política de dicho sistema- en el Interior.
Felipe Varela pasa posteriormente a Antofagasta. Fallece el 4 de junio de 1870 en Nantoco, cerca de Copiapó (Chile).
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